BUENOS DESEOS PARA ESTAS PRÓXIMAS FIESTAS

 

El año pasado os deseaba unas próximas navidades libres de miedos, restricciones y disfrutando plenamente de estas entrañables fiestas, como antes de que el Covid-19 llegara a nuestras vidas. No se ha cumplido ese deseo y este año la amenaza sigue presente; por suerte, menos virulenta cada día gracias a la vacunación masiva.

Espero que disfrutéis todo lo posible, con responsabilidad, para que pronto podamos volver a la normalidad que tanto echamos en falta.

Os dejo un relato corto con regusto navideño y bastante macabro (sorry!). Si os saca una sonrisa, aunque sea de medio lado, me doy por satisfecha.

¡Feliz Navidad!

¡Feliz y Próspero 2022, esta vez sí, libre de amenazas!

 

UN SIMPLE TORNILLO

La estrella del árbol estaba torcida desde el mismo día en el que Pepe, su marido, la colocó, y la continua visión de aquella aberración la sacaba de sus casillas. Se lo había hecho ver en más de una ocasión y él continuaba dándole largas. ¿Por qué ese empeño en comprar un abeto tan alto? Casi tocaba el techo, que era la causa de que la puntiaguda estrella no encajara bien.

Esa tarde, tras una semana de berrinches, Lola decidió que ya no aguantaba más; era Nochebuena y no estaba dispuesta a que sus invitados la criticasen. Menuda era Paqui, su cuñada. Ya tendría munición para el resto del año.

Colocó la escalera lo mejor que pudo y comenzó a ascender. Cuando iba por la mitad se dio cuenta de que tendría que subirse al último peldaño para llegar al final. Sintió un poco de temor porque le daban miedo las alturas, y maldijo a su marido por enésima vez.

Procuró no mirar hacia abajo e ignoró con valentía el amenazante vaivén de la escalera. Cuando llegó a la meta, enormes gotas de sudor perlaban su frente; pero lo había conseguido: la estrella estaba a su alcance y sólo le quedaba enderezarla.

Fue a cogerla cuando notó un brusco movimiento. Se había desprendido la barra que sujetaba las dos partes y la escalera se desestabilizó.  Se agarró a las débiles ramas con el corazón encogido y una expresión de pánico en el rostro. No le sirvió de nada. El árbol cedió y Lola se precipitó al suelo entre alaridos de terror.

La caída desde más de dos metros no era mortal de necesidad si no hubiese aterrizado sobre la gran mesa de cristal -sobre la que pensaba ofrecer a sus familiares un exquisito surtido de platos preparados con esmero-, con tan mala fortuna que se hizo rompió y uno de los fragmentos se le clavó en la garganta.

Cuando Pepe fue alertado del fatal accidente, se asombró de su buena suerte. Nunca imaginó que iba a conseguir tanto aflojando un simple tornillo.



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