2020, UNA NAVIDAD DIFERENTE
Mis mejores deseos de Paz y Felicidad en estas próximas fiestas navideñas, que van a ser diferente para la gran mayoría. Las restricciones impuestas por la pandemia mundial que nos asola así lo exigen y es nuestra responsabilidad cumplirlas para que, entre todos, logremos superarla y que nuestras vidas vuelvan a la normalidad que tanto echamos en falta.
Para los personajes del relato que os dejo a continuación, y que escribí hace unos años, la Navidad también es diferente, pero como a ellos, mientras el amor esté presente hay esperanza y podremos superar todas las dificultades.
¡Feliz
Navidad! ¡Feliz y Próspero 2021 libre de Covid-19!
UNA NAVIDAD
DIFERENTE
Paula
se dejó acariciar por la suave brisa nocturna, recibida con alivio tras el
bochorno sufrido durante el día. Miró al cielo y volvió a maravillarse con la
exuberancia de estrellas, que lanzaban luminosos destellos sobre su cabeza. Un
suspiro de satisfacción brotó de su garganta. Aquella paz, aquel silencio
quebrado únicamente por los sonidos de la naturaleza, nunca dejaba de
sorprenderla.
Reconocía
que la Navidad en esa remota aldea del norte de Tanzania resultaba muy diferente
a que había disfrutado hasta entonces, aunque le cautivaba de igual forma. Los
cuarenta grados a la sombra no tenían nada que ver con las navidades blancas
del pueblecito navarro en el que nació; tampoco con las bulliciosas y
multitudinarias que celebraba en Madrid, donde había transcurrido gran parte de
su existencia.
Nada
de abetos iluminados y decorados con brillantes bolas de colores, ni tráfico
caótico o aglomeraciones en las tiendas para las compras de última hora. Pero,
¿quién necesitaba adornos cuando tenían ese cielo cuajado de diamantes? ¿Para
qué regalos inútiles cuando podían obsequiar afecto, respeto, esperanza,
gratitud…?
Aun
así, sus alumnos confeccionaron adornos con ramas y hojas para decorar el
humilde barracón que utilizaban de aula; y las madres, deseosas de aportar su
granito de arena, habían preparado deliciosas galletas con frutos recolectados
por ellas mismas y que regalaban junto con una amplia sonrisa en sus sufridos
rostros. Era una forma más sencilla y auténtica de celebrar la Navidad.
Lo
que más echaba de menos, y en especial esa noche, era a su familia. Sus padres,
hermanos, abuelos, tíos…, que año tras año, en Nochebuena, se reunían en torno
a la mesa para degustar los ricos platos preparados entre todos, repartir los
regalos y cantar el habitual repertorio de villancicos. Aquellas desafinadas voces,
que tan bien recordaba, siempre le sonaron a música celestial por la emoción
que le provocaban.
Pero
allí también tenía una familia. La aldea entera lo era y ella se había
integrado como uno más, algo que un año antes ni siquiera imaginó que
sucedería.
Cuando
acabó los estudios de Pedagogía, y a falta de expectativas de trabajo, decidió
enrolarse de voluntaria en una ONG que la llevó a ese rincón del suelo
africano. También le atraía la aventura, conocer lugares exóticos,
acumular curiosas experiencias antes de asentarse en algún cómodo trabajo,
casarse y crear su propio hogar. Sin embargo, lo
que en un principio iban a ser dos meses, en los que ayudaría a la religiosa
que se encargaba de la pequeña escuela, se fueron prorrogando sin apenas darse
cuenta.
La
hermana Faustina murió al poco de llegar ella, como si la estuviera esperando
para transmitirle su legado; y Paula lo recogió. Para entonces, su corazón
estaba tan involucrado con ellos que ni se planteó abandonarlos.
Ya
llevaba casi un año y, a pesar de que en ocasiones añoraba su vida anterior, no
tenía prisa por regresar. Porque ese era ahora su camino, allí se sentía
realizada personal y profesionalmente y, sobre todo, tenía la oportunidad de
contribuir a mejorar la vida de esos seres casi olvidados por el resto del
mundo.
–Vas
a coger frío.
La
voz de Miguel la sobresaltó unos segundos antes de girarse y sonreírle,
aceptando con agrado el chal que le echaba sobre los hombros.
Sí,
él era otra de las razones por las que Paula no se marchaba. Desde la primera
mirada de sus intensos ojos azabache sintió una sensación desconocida, como si
millones de diminutas agujas se le clavasen en la piel. Y esa inicial
fascinación se fue transformando en admiración y después en amor, hasta el
punto de que, al poco de conocerse, ya compartían cabaña, cama y sentimientos; si
bien, no en ese mismo orden.
–¿Morriña?
–le preguntó él mientras la abrazaba.
–Un
poco. Me preguntaba qué habrán preparado para cenar esta noche. Apuesto a que
la abuela se ha vuelto a salir con la suya y han asado un buen lechón.
Miguel
la estrechó más fuerte. Comprendía sus emociones. A él le sucedió igual los
primeros años por aquellas fechas, tan propicias a la añoranza. Aunque, después
de casi diez en África trabajando para Médicos sin Fronteras, apenas recordaba
otra vida que la actual. Su hospital, sus gentes, aquel territorio agreste y
majestuoso que le había ganado el corazón…; y ahora también Paula, la mujer que
amaba.
–Deberías
marcharte por un tiempo. Ya nos las arreglaremos por aquí.
Ella
lo miró con un brillo de gratitud en los ojos. Sí, después de tantos meses no
le vendría mal regresar a España para ver a los suyos. Pero no podía. Allí la
necesitaban y toda ayuda era poca. Además, ¿cómo soportaría estar separada
de Miguel tantos días?
–Al
año que viene. Siempre que tú me acompañes. Sabes que debes pedir formalmente
mi mano. Es lo que mis padres esperan –repuso con sonrisa traviesa, y le
ofreció sus labios para rubricar, con un dulce beso, ese compromiso entre ellos
que no necesitaba de formalismos.
Y
la hermosa noche africana, cómplice de su amor, los envolvió con su cálido
manto, arrullándolos con los armoniosos sonidos de aquella indómita tierra.
© Amber Lake