REGALO DE REYES PARA MIS LECTORES
Este relato corto es mi regalo de Reyes para todos vosotros, queridos lectores.
Espero que lo disfrutéis.
CAPUCHINO PARA DOS
Marta
lo vio entrar y dirigirse a la mesa que solía ocupar cada mañana, de lunes a
viernes, desde hacía más de tres meses; tres meses y doce días, para ser
exactos.
—Lo
de siempre —se acercó a preguntarle.
—Sí,
gracias —le respondió él, dedicándole una de esas sonrisas que tenían el poder
de hacerle temblar las rodillas y acelerarle los latidos del corazón.
¿Cómo
se llamaba? ¿Tendría esposa o novia?, se preguntaba ella desde el primer día,
sin haber logrado reunir el suficiente valor para preguntarle.
A
pesar de la gran cantidad de hombre que pasaban por aquella cafetería, no pudo
evitar fijarse en él. Era apuesto, pero no más que muchos otros; también
bastante serio, ya que nunca le gastaba bromas ni intentaba entablar
conversación. Él sólo se sentaba, tomaba su habitual capuchino, leía el
periódico que solía llevar y, al rato, se marchaba dejando una generosa
propina. Y, aunque alguna vez lo había descubierto mirándola a hurtadillas, no
podía decirse que le prestara mucha atención ni que se interesara por ella lo
más mínimo.
No
iba a hacerse tontas ilusiones, se decía constantemente Marta. Él, simplemente,
acudía allí porque le quedaba cerca de su casa o del trabajo.
En
cambio, ella parecía vivir para esos momentos. Se le hacía eterno el momento de
su llegada y, cuando se marchaba, se recreaba en esos minutos que le había
tenido cerca. Repasaba mentalmente la ropa que llevaba, la firmeza de las manos
al sujetar la taza, la línea de sus labios al sonreírle, el tono grave de su
voz, el brillo de su mirada…
Suspiró
y se apresuró a preparar el capuchino como a él le gustaba: con mucha espuma y decorado
con un velo de chocolate en polvo, en el que ella solía dibujar una estrella,
un trébol, una espiral...
Ese
día se volvió más atrevida y dibujó un corazón. Fue un momento de locura, pero
¡qué diablos! Ya estaba harta de sutilezas, de devorarlo con la mirada, de
vivir sólo para esperar ese momento en el que entraba por la puerta sobre las
diez de la mañana y la saludaba con una inclinación de cabeza.
—Hoy
invita la casa. Es un premio a la fidelidad —y dejó la taza sobre la mesa.
—Gracias.
Pero ¿a qué se refiere? —preguntó extrañado.
—Desde
hace tres meses desayunas con nosotros. Con la cantidad de locales que hay en
esta zona, es un detalle que continúes acudiendo al nuestro aunque sea el más
cercano a tu trabajo.
Jaime
sonrió enigmáticamente. Si ella supiera que, desde que entró allí la primera
vez por pura casualidad, atravesaba la ciudad sólo para verla.
—Es
el mejor capuchino que he probado, y el mejor decorado también; lo que es de
agradecer —señaló el trazo en la espuma y le dirigió una pícara sonrisa.
—Me
alegro que te guste —le contestó, avergonzada por su atrevimiento, y fue a
marcharse.
Él
la detuvo sujetándola por un brazo.
—¿Me
dejas que te haga un dibujo?
—¿Eres
pintor?
—Diseñador
gráfico, en realidad; aunque no se me da mal el dibujo artístico.
Él
sacó un cuaderno y unos lápices de la mochila y comenzó a trazar líneas en una
hoja en blanco.
Marta
se sentó a su lado y lo observó maravillada. El lápiz se deslizaba veloz por la
superficie. Lo que no sabía era que él apenas necesitaba mirarla para recrearla
en el folio. Sabía de memoria cada línea de su rostro, cada plano, cada
concavidad...
Tras
pocos minutos, él le mostró el dibujo. Marta se sorprendió del resultado. Había
plasmado su rostro de manera precisa.
—Es
sólo un bosquejo. Si quieres, nos vemos algún día y te hago un retrato en
condiciones.
A
Marta el corazón le dio un vuelco. ¡Sí!
—Encantada. Libro los sábados por la tarde y los domingos todo el día.
—Estupendo.
Mañana es sábado; si no tienes ningún compromiso, podíamos quedar por la tarde.
Por cierto, Marta; me llamo Jaime.
Jaime.
Hasta el nombre le gustaba. Marta le escribió su número de teléfono en una servilleta de
papel y se la dio.
—No
tengo compromisos. Llámame para quedar.
—Lo
haré —dijo él guardándosela.— Debo volver al trabajo. Gracias por el capuchino;
hoy estaba especialmente delicioso.
Marta
rió divertida ante el guiño que le dedicó y regresó a la barra. Cuando fue a
limpiar la mesa que Jaime había ocupado, encontró una servilleta en la que él había
dibujado una taza con dos corazones entrelazados y unas palabras escritas:
“Los
próximos capuchinos espero que sean para dos”