REGALO DE REYES
Hace tiempo escribí un relato corto titulado VIAJE DECISIVO que deseo compartir con vosotr@s en estas fechas tan señaladas.
Se trata de la historia de una mujer que toma una valiente y arriesgada decisión con la que cambiará toda su vida.
Espero que os guste.
VIAJE DECISIVO
Navidad, mala
época para viajar, pensó Paula al ver la estación atestada de gente, pero no
podía eludirlo. Su madre estaba ingresada en el hospital y su padre, asustado y
perdido sin el apoyo que su esposa le brindaba, la había llamado. Ella no iba a
ignorar esa petición de ayuda; ni lo deseaba tampoco. Debía corresponder a los
desvelos y cuidados que sus padres le habían dedicado durante toda su vida.
Estaba exhausta. No tuvo tiempo de descansar
después de comer debido a los preparativos del viaje y, además, la tarde en la
tienda se presentó muy movida. Por si todo ello no hubiese sido suficiente para
agotarla, no encontró un taxi en aquella lluviosa noche y tuvo que ir andando
a la estación. Por suerte, a última hora decidió reservar una litera por teléfono.
No le apetecía pasar toda la noche dormitando en un asiento, aunque presentía
que no iba a poder conciliar el sueño.
No encontró sitio libre
donde descansar sus doloridos pies después de la caminata y tuvo que permanecer
de pie la casi media hora que restaba para la salida del tren. Cuando al fin
pudo subir, se dirigió al coche restaurante para tomar algún bocado antes de
retirarse a su litera e intentar descansar. Al día siguiente, cuando llegara a
Barcelona, pensaba marchar directamente al hospital y pasar allí todo el
día, relevando a su padre de esa agotadora tarea.
Cuando se sentó
en una mesa con el croissant y el vaso de leche ante ella, se sintió
repentinamente débil, abatida, e inexplicablemente desdichada. Recordó la
discusión con Juan a la hora de la comida; la misma de días anteriores desde
que decidió hacer el viaje, abandonándolo en fechas tan señaladas. Había
soportado sus recriminaciones, su intolerancia, su falta de sensibilidad;
volviendo a sentirse frustrada, infeliz y a preguntarse lo que les mantenía
juntos.
¿Qué pasaba en su
matrimonio? ¿Ya no amaba a su marido? Se casaron enamorados cinco años antes, o
eso pensaba, y habían sido felices al principio, antes de que la apatía se
instalara fuertemente en sus vidas y la pasión desapareciese, dando paso al
hastío y la incomunicación, hasta el punto de que ya apenas hacían el amor.
Llevaba tiempo preguntándose
si tendría una amante. No podía creer que Juan, tan apasionado durante los
primeros años de su matrimonio, se hubiese convertido en la persona fría que
dormía con ella todas las noches; y lo más triste era que eso no le importaba.
- Disculpe, ¿me puedo
sentar?
Paula volvió la cabeza,
desviando la vista de la ventana por la que había estado observando las negras
sombras exteriores, tan similares a su propio estado de ánimo, y la fijó en
aquel joven y atractivo rostro masculino que le sonreía.
- ¿Me puedo sentar? -repitió él, tras
advertir la incomprensión en el rostro de la mujer.
- Sí, sí. Lo siento, no le había oído.
Paula regresó de golpe de las oscuras
profundidades en las que estaba sumida y estudió con interés al hombre sentado
ante ella. Era joven y muy atractivo. Rubio, con un magnífico cuerpo y de
elevada estatura; además, tenía una sonrisa preciosa.
- No era mi intención molestarla, pero no
queda otro sitio libre.
- No se preocupe.
Ella continuó mirándole mientras se quitaba
la chaqueta y se acomodaba en la silla. Era realmente atractivo, de anchas
espaldas y breves caderas, que los ceñidos vaqueros se encargaban de resaltar.
Con un movimiento rápido de cabeza, trato de ahuyentar esos peligrosos
pensamientos, volviendo a fijar la mirada en la negrura exterior y a centrarse
en sus problemas.
- Será una fría noche, ¿no cree?
La voz de él la volvió a sobresaltar. Parecía
dispuesto a entablar conversación, pero a Paula no le apetecía hablar; y,
aunque le parecía muy agradable y tenía la certeza de que podía pasar un
agradable rato a su lado, decidió que era más sensato retirarse lo antes
posible a su litera e intentar conciliar el sueño.
- Sí, eso creo –respondió, levantándose para
marcharse.
- ¿Se marcha ya? -se sorprendió al observar
sus movimientos.- La he molestado con mi presencia, ¿no es cierto? Deseaba
estar sola.
El tono apenado de su voz y el triste reflejo
de sus claros ojos le hicieron dudar. Paula se sintió invadida por una oleada
de ternura. Se volvió a sentar mientras le sonreía.
- No, no es eso -mintió.- Pensaba retirarme
ya, pero me he dado cuenta de que es pronto para acostarme.
- Me alegro, así podremos charlar un rato. Yo
también viajo en litera.
Estuvieron charlando durante una hora más,
hasta que cerraron el coche restaurante, y continuaron en la plataforma
mientras el encargado de las literas preparaba las suyas, ambas en el mismo
vagón.
Durante todo el tiempo, él le fue contando su
vida a grandes rasgos. Era simpático y divertido. Ella se encontró riendo en
varias ocasiones sus graciosas ocurrencias. Se llamaba Daniel, tenía veintiocho
años y era profesor de educación física en un instituto de su misma ciudad. Se
marchaba a casa, a pasar las vacaciones con su familia. No tenía pareja, porque
aún no había encontrado su mujer ideal; aunque no dejaba de buscarla. De
momento, era feliz con su libertad y aguardaba pacientemente a que su media
naranja apareciese. Le habló de sus proyectos, de sus ilusiones y esperanzas...
Paula le envidió esa
energía, esa confianza en el futuro. Tenía toda la vida por delante y libertad
para disfrutarla. En cambio, ella se encontraba atrapada en un matrimonio
desastroso que parecía una cadena perpetua. ¿Qué se sentiría al volver a ser
dueña de su existencia?, se preguntó con sorprendente anhelo.
Tendido en su litera, Daniel pensaba en
Paula. A pesar de lo poco que ella le había contado de su propia vida, el
adivinó que no era feliz. Esa mirada ausente, esa sonrisa triste que venía
observado durante toda la noche, delataban que algo la afligía. No era a causa
de su trabajo, del que parecía sentirse muy satisfecha; debía tratarse de su
matrimonio. En las breves referencias a éste, la tristeza se acentuaba en sus
ojos. Había conseguido hacerla reír con algunas anécdotas de su vida, pero esa
expresión de desolación no se borraba de su rostro ni con la más amplia de las
sonrisas.
Era muy atractiva. Se había fijado en ella
nada más entrar en la estación y la deseó desde ese mismo momento, debiendo
reprimirse en más de una ocasión para evitar abrazarla. Ella también lo
deseaba. Lo había detectado en el brillo de sensualidad que aparecía en sus
ojos cuando lo miraba; y esa certeza, junto con su proximidad y su propia
excitación, le impedían conciliar el sueño.
Tenía que intentarlo. Era
demasiado peligroso, pero a él nunca le habían asustado los riesgos. Ahora
era el momento preciso. Los demás ocupantes del vagón estaban dormidos y con
las cortinas cerradas.
Paula sintió un agradable cosquilleo en el
bajo vientre y una lánguida sonrisa curvó su boca. El sueño era tan placentero
y real, que le hubiese gustado no despertar nunca. La mano que había estado
acariciando su seno hasta endurecerle los pezones, estaba bajando por su cadera
derecha, describiendo amplios y lentos círculos en esa zona. Por otra parte,
una suave y tibia lengua se dedicaba a lamer exquisitamente su oreja.
Un gemido se escapó de sus
labios. Notó como se humedecía entre las piernas y comenzó a mover involuntariamente
sus caderas para acompasarlas a los de aquella experta mano. Ésta se volvió más
osada. Abandonó su muslo para posarse en su vientre y comenzar a desabrocharle
el pantalón, mientras a la tibia lengua se unían unos labios igual de sensuales
que le besaban el cuello. En su sueño no conseguía ver el rostro de su amante,
pero estaba segura de que no era su marido. Él nunca había sido tan tierno ni
habilidoso.
Cuando notó que los pantalones se deslizaban
por sus piernas, comenzó a dudar de la veracidad del sueño. Al mismo tiempo,
una voz tenue que reconoció enseguida, le murmuraba cariñosas palabras al oído.
No le quedó ninguna duda: era Daniel, estaba allí, y pretendía hacerle el
amor.
Dio un respingo, ya
despierta totalmente, e intentó separarse. Él la sujetó con delicadeza y le
susurró:
-Por favor, no me rechaces. Te deseo, te
necesito tanto, que me volveré loco si no puedo hacerte el amor en este mismo
momento.
Aunque su mente se negaba a ceder a la pasión
que su cuerpo sentía, Paula fue relajándose poco a poco. No podía engañar a
Juan y menos con un total desconocido; pero era tan agradable sentirse deseada,
que todos sus prejuicios morales se fueron derrumbando al compás de aquellas
íntimas caricias, que le estaban provocando deliciosas sensaciones olvidadas
mucho tiempo atrás.
Su mente comenzó a nublarse
ante el intenso ardor que sentía y sus temores a desvanecerse, al tiempo que
sus manos se alzaban para acariciar aquel hermoso rostro y acercarlo a su boca.
De pronto, recordó el lugar en el que se encontraban y el peligro al que
estaban expuestos. Si alguien los descubría, el escándalo sería mayúsculo. No
podía arriesgarse tanto.
Él intuyó su temor y la
tranquilizó.
- No temas, nadie se dará cuenta. Todos
duermen y nosotros seremos muy silenciosos -le dijo tentadoramente al oído.
Paula no se resistió más. Era una locura, una
maravillosa locura. Con una sonrisa de complicidad, abandonó todas sus reservas
y se entregó total y apasionadamente a la excitación que él le provocaba.
Cuando despertó tras un breve e intenso
sueño, su cuerpo estaba satisfecho y su mente había tomado la decisión que, a
fuerza de buena voluntad, venía rechazando durante tanto tiempo: tenía que
divorciarse de su marido. Aquellas horas de ternura y pasión, incluso de
comunicación, junto a un desconocido le habían abierto los ojos sobre la
vaciedad de su matrimonio.
Llevaba años sin sentir con
Juan esa unión, tanto espiritual como física, que había experimentado en
aquellas pocas horas con Daniel. Él entendía sus inquietudes, sus ilusiones;
también las dudas, temores y, sobre todo, su gran tristeza y soledad. En
realidad, estaba sola. Necesitaba el apoyo, el estímulo, el cariño de un
compañero, de un amigo, de un amante. Todo eso nunca lo volvería a tener con su
marido, si es que llegó a existir alguna vez. Tampoco estaba dispuesta a
renunciar a ello.
Al bajar del tren, Paula metió la mano en el
bolsillo de su abrigo y notó en sus dedos el tacto rugoso del papel. Lo sacó y
leyó la pequeña tarjeta. En ella, junto a un nombre y un número de teléfono,
Daniel había escrito “Llámame, por favor”.
A pesar de que el frío aire
de la mañana le golpeaba inclemente el rostro, su sonrisa se acentuó. Era una
de esas sonrisas que sólo se pueden apreciar en las personas que finalmente han
tomado una decisión; una decisión que cambiaría toda su vida.
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